dijous, 31 de març del 2011

TERRITORIO, URBANISMO Y CRISIS

En mayo de 2006 el Manifiesto por la Nueva Cultura del Territorio hizo un llamamiento a los poderes públicos y al conjunto de la sociedad a favor de la contención y el control de los usos del suelo en una coyuntura en la que el crecimiento económico se traducía en deterioro ambiental y en desorden y despilfarro de territorio, un recurso finito y primordial. Ahora, en una situación económica muy diferente, de crisis y recesión, la preocupación por el buen gobierno del territorio resulta, si cabe, aún más urgente.
 
En los últimos meses, desde instancias políticas y empresariales, se han emitido mensajes en favor de relanzar la actividad productiva, declarando moratorias que suponen en muchos casos mayor permisividad, desprotegiendo espacios o disminuyendo los requisitos exigidos por la sostenibilidad. El objetivo principal parece ser afrontar la crisis sin disminuir las prestaciones sociales y mitigando en lo posible la brutal caída del empleo. Son buenos propósitos, pero no bastan. Creemos que la actitud correcta ha de estar fundada en un cambio de modelo productivo, que acabe con las razones que han conducido a la situación actual y que incorpore, al mismo tiempo, los objetivos de la sostenibilidad ambiental, económica y social.

 
De las crisis deben salir las oportunidades y los instrumentos para la recuperación. Así ha ocurrido en otras ocasiones a lo largo de la historia; pero nada está asegurado. Se puede avanzar y también se puede retroceder. Si la crisis económica de 1929 provocó como reacción las políticas keynesianas y, en definitiva, los inicios del Estado del Bienestar tal como hoy lo conocemos, de la presente crisis debería surgir el camino hacia un planeta más solidario y sostenible. La atención que para ello se preste a la protección, gestión y ordenación del territorio será fundamental.

 
Durante los años 60 y 70 del pasado siglo en Europa se destruyeron o se deformaron irreversiblemente algunos centros urbanos con el argumento de favorecer el crecimiento económico. Esas ciudades afrontan la presente crisis con menos recursos que aquéllas otras que recuperaron sus tramas urbanas históricas y las han convertido en foco de actividades culturales, recreativas y turísticas. Rehabilitar, reconstruir, recuperar, completar los elementos y dotaciones es la mejor estrategia económica de fondo; se contribuye así a los objetivos de la sostenibilidad y a la mejora de la calidad de vida. Expandir innecesariamente la urbanización, más aún cuando esta es dispersa y de baja densidad, conlleva aumento de la contaminación, despilfarro de energía, pérdida de posibilidades productivas de determinados suelos y, sobre todo, prestar menor atención a la ciudad existente para atender pretendidas necesidades de expansión urbana, no siempre justificadas.

 
En el resto del territorio los instrumentos de protección, gestión y ordenación no deben ser olvidados. Al contrario, en una situación de insuficiente desarrollo de los mismos, deben ser completados y mejorados, con objeto de que se establezca un marco regulador claro y justo. Sobre las Comunidades Autónomas, por su capacidad para elaborar instrumentos reguladores supramunicipales, recae en el momento actual la mayor responsabilidad en beneficio de los intereses generales; especialmente para controlar un urbanismo excesivamente localista y tergiversado por la obtención de recursos económicos inmediatos.

 
España ha contraído un importante compromiso internacional al ratificar en noviembre de 2007 el Convenio Europeo del Paisaje, que ha entrado en vigor el 1º de marzo de 2008. En la presente situación de crisis es posible y necesario ver en este nuevo compromiso una buena oportunidad:

 
-una oportunidad para intervenir en barrios y periferias urbanas, cualificándolos y mejorando con ello las condiciones de vida en los lugares donde habitan los estratos de población más numerosos y menos favorecidos;

 
- una oportunidad para que las nuevas áreas de desarrollo urbano sean modélicas en su respeto al medio ambiente, en el ahorro de recursos y en integración social;

 
-una oportunidad para intervenir en las áreas rurales y forestales, completando sus elementos y estructuras territoriales, y mejorando sus dotaciones, en beneficio del mantenimiento de la calidad ambiental y paisajística, y de la diversificación de funciones y actividades;

 
-una oportunidad para cualificar las infraestructuras públicas, poniéndolas en mayor medida al servicio del orden territorial, de la accesibilidad a todos los territorios y de su disfrute por los ciudadanos;

 
-una oportunidad para completar las actuaciones en los espacios protegidos por su valor patrimonial (natural y cultural), fortaleciendo su contribución al mantenimiento de la biodiversidad y de los rasgos propios del carácter e identidad de cada lugar.

 
En definitiva es imprescindible que los poderes públicos, con el apoyo de fiscales y jueces, de funcionarios y técnicos, de los creadores de opinión y de los movimientos ciudadanos conviertan esta crisis en una gran oportunidad; para ello el territorio no puede ser considerado únicamente como un recurso explotable o un mero soporte, sino como el marco de vida construido entre todos, mejorando el que recibimos de las generaciones que nos lo legaron para transmitirlo a las futuras.

 
Madrid, febrero de 2009

 
Promotores del Manifiesto por una Nueva Cultura del Territorio
Presidente de la Asociación de Geógrafos Españoles
Presidente del Colegio de Geógrafos

Ciudades, Arquitectura y Crisis | Joaquín Casariego

Publicado en: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Ciudades/arquitectura/crisis/elpepiopi/20101009elpepiopi_11/Tes

Durante los últimos meses han aparecido en la prensa y en algunos medios vinculados a la arquitectura, una serie de textos en forma de libro o de pequeños artículos de opinión, que la sitúan poco menos que como la causante de la crisis presente. La argumentación sería más o menos como sigue: la ambición y el empeño de los gobernantes por inmortalizarse, así como de algunos arquitectos por dejar su huella imperecedera, introdujo en las últimas décadas a las ciudades en una espiral de intervenciones rotundas y de obras mastodónticas, no siempre necesarias ni valiosas, que no solo no redundó en beneficio de aquellas, sino que se tradujo en uno de los agentes desencadenantes de muchas de sus limitaciones actuales, contribuyendo, a la postre, a la recesión económica en que ahora nos encontramos.

Aun admitiendo algunos mensajes parciales incluidos en el discurso, como que en las épocas de bonanza se cometen errores de exceso y que un traspiés en arquitectura puede desencadenar disfunciones graves en las ciudades, o el hecho palpable de que en innumerables ocasiones a los arquitectos de gran prestigio se les ha utilizado para obtener ventajas de proyecto (en la volumetría, en la forma, en su disposición urbana...), el tema de fondo exige bastantes matizaciones. Entre otras razones, porque con frecuencia se confunde arquitectura con construcción y se aplican a la arquitectura (una bella arte) excesos que provienen de la desregulación de un sector económico, la construcción inmobiliaria, que sí anduvo desbocado en España durante las últimas décadas y que sí ha sido uno de los causantes de la crisis.
Las buenas obras de arquitectura y las ciudades que hoy admiramos, visitamos y disfrutamos, nunca fueron producto de pactos y conversaciones amables entre los colectivos implicados, ni se impulsaron y desarrollaron en un ambiente grácil y distendido. Fueron, como es fácil de entender, el resultado de la imposición de una clase poderosa, culta y con ambición de cambio, que utilizó la arquitectura y, en general, el espacio urbano, como un vehículo para la autorrepresentación, es cierto, pero también para el desarrollo, la motivación personal y el aumento de la calidad de vida.
Pongamos un ejemplo socorrido: París, que es la ciudad más visitada y uno de los centros urbanos más selectos y cotizados, al que pocos pondrían objeciones sobre su monumentalidad, coherencia formal y calidad ambiental. Pues bien, París fue el producto de uno de los procesos de transformación urbana más rotundos y traumáticos, en el que a través de una serie encadenada de operaciones bien calculadas, se liquidó todo un tejido (físico y social) para ser materialmente sustituido por otro: el que ahora conocemos. Y todo ello en menos de un siglo y con un respeto muy dudoso a los derechos de localidad, propiedad y edificabilidad, entonces, lógicamente, muy poco desarrollados. ¿Cuánto de todo ello podríamos encontrar, pongamos por caso, en el Nilo de Ramsés II, la Florencia de los Medici o el Nueva York de los Rockefeller?
La ciudad posmoderna, definida así por intentar identificarla con un fenómeno cultural reciente y generalmente aceptado, también ha sido un producto de su tiempo. Y debe ser, en la misma línea que lo han sido las de otros periodos históricos, contextualizada. Porque además, ha tenido (y continúa teniendo) un papel mucho más relevante que sus predecesoras en el modelo de desarrollo económico dominante, caracterizado, como es sabido, por la globalización, la revolución tecnológica y la información. Durante las últimas décadas, las ciudades han evolucionado desde su rol tradicional de meros contenedores del desarrollo a sus más activos protagonistas que, organizados en red, surgen como los centros neurálgicos básicos donde está pivotando el sistema. Y ahí la (buena) arquitectura y los (buenos) arquitectos, como también otras muchas profesiones, encontraron un campo abonado y novedoso para desplegar sus habilidades.
El cambio de la ciudad industrial a la ciudad informacional, un trayecto en el que todas ellas se encuentran ahora, exigió a sus gobernantes, tejidos urbanos mejor organizados y estructuras más eficaces, así como ambientes más humanizados y habitables. Pero también les exigió participación activa en ese nuevo contexto caracterizado por un mundo globalizado y en competencia creciente. Y tanto en su organización interna como en su mejora ambiental, pero sobre todo en su enganche a la red de ciudades que mostraba mayor capacidad para el cambio, la arquitectura jugó su papel. Y no cualquier arquitectura, sino aquella que mostraba mayor aceptación y consenso entre los círculos más reputados.
Durante esos años, y como consecuencia de este fenómeno, las ciudades más despiertas y dinámicas, aprovecharon todos los recursos a su alcance para adaptar sus estructuras a los nuevos requerimientos: reordenando sus tejidos internos, mejorando su habitabilidad e incrementando la calidad de su arquitectura, con la incorporación, en innumerables casos, de obras emblemáticas de gran repercusión mediática que se suponía contribuirían a la mejora de la imagen externa de aquellas. Una hipótesis, esta última, por demostrar, pero que aún sin haberla demostrado, e incluso demostrada su falsedad, no tendría por qué involucrar al valor de la arquitectura misma.
El Museo Guggenheim de Bilbao, el edificio que, en los últimos años, más atención ha recibido por parte de los especialistas, debido a su supuesta contribución a la reconversión económica y urbanística de Bilbao, puede ser un buen museo y una excelente obra de arquitectura, más allá de su valor como motor del cambio o su rechazo por los escasos beneficios obtenidos en relación con su costo. ¿Entraríamos ahora a objetar la calidad ambiental de los Campos Elíseos por los insuficientes escrúpulos tenidos durante el siglo XIX con los propietarios del suelo donde la obra fue finalmente desarrollada? Porque, pasados 40 años ¿cuántos beneficios, han podido reportarle a ciudades como Sidney y Nueva York, la construcción de obras "mastodónticas" como la Ópera, en el primer caso, y el Rockefeller Center, en el segundo?
No sabemos a ciencia cierta el futuro que se le tiene reservado a las ciudades que apostaron durante estos años de bonanza por ese tipo de dispositivos para la mejora de su oferta y de su imagen exterior. Y no es su tamaño, lo decisivo, a la hora de evaluar el interés de su arquitectura, como tampoco se puede asegurar que fuera siempre el resultado de decisiones desacertadas o desproporcionadas en relación con los objetivos pretendidos. Una crisis del tamaño de la que estamos sufriendo, especialmente en España, puede que no ofrezca las mejores condiciones para establecer diagnosis sobre la calidad de la arquitectura reciente, sobre todo si se hace en la dirección de los textos aludidos al inicio de este escrito.
En cuanto que disciplina especulativa, a unos puede interesar más la arquitectura que se genera en el contexto de un discurso teórico o bien como resultado de una buena práctica. A mí me motiva más la que se produce en paralelo a una reflexión sobre aspectos tan vertiginosamente cambiantes como los de la presente sociedad. Pero eso no es sino una opción personal. Arquitectos, como escritores, profesores o diseñadores de moda, hay de todo tipo. Y supongo que en los diferentes campos, el éxito puede darse a partir de los más rocambolescos procedimientos relativos a la ambición, el marketing personal, incluso las malas artes. Y aun siendo esto importante, no debe distraernos de lo esencial de la discusión.
La arquitectura tiene una dimensión pública, y está siempre expuesta al escrutinio de los usuarios y en general de los ciudadanos. Obtener su aceptación y reconocimiento no es una tarea fácil. Cuando además alcanza la consideración de sus más agudos críticos, que son los propios arquitectos, y se ensalza y distingue por cualquiera de los aspectos que la definen, sean estos de carácter estratégico, topológico o simbólico, o simplemente por su potencial innovador, se le debe conceder algo más que el beneficio de la duda.
El que la reciente coyuntura haya generado élites, no nos debe preocupar, puesto que eso es lo normal. Lo difícil es rendir cuentas día tras día y demostrar que se está ahí por méritos propios.
Joaquín Casariego Ramírez es arquitecto y catedrático de Urbanismo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

La arquitectura de la red social.

Extraido de: http://www.enpositivo.com/arquitectura-social-que-estan-cambiando-la-realidad

Cada vez más proyectistas trabajan desde colectivos compartiendo ideas para construir para quienes no tienen. La cesión temporal de los terrenos, el reciclaje y la información son las claves. Sus proyectos utópicos están cambiando la realidad.
¿Qué sucede cuando algunos arquitectos se convierten en constructores sin ánimo, ni posibilidad, de lucro? ¿Cuando se implican en las necesidades más básicas de la sociedad y pasan de los planos a la construcción? El espectro de una arquitectura levantada con los restos que nadie quiere recorre España.
Y, a través de las cesiones temporales de unos pocos propietarios, las donaciones de algunas empresas, la voluntad de diálogo de varios ayuntamientos y el trabajo poco o nada remunerado de un montón de jóvenes, se reproduce por todo el país. Lo impulsan colectivos como el sevillano recetasurbanas.net, el barcelonés straddle3.net, el tarraconense caldodecultivo.com o el zaragozano estonoesunsolar.com, que han hecho brotar del vacío legal y la cesión temporal de solares una arquitectura optimista que cambia las reglas del juego.
Solares vacíos, construcciones temporales, participación ciudadana, planes de empleo y una nueva lógica están detrás de Park-a-Part (169 euros por metro cuadrado), un edificio que el colectivo Straddle3 levantó en Arbúcies (Girona), reciclando tres contenedores y que funciona como local social, taller de danza y estudio de arquitectura. “Intentamos aplicar conceptos de la ecología y los sistemas abiertos a la arquitectura y el urbanismo. Buscamos renovar el concepto de espacio público en dominio público” explican. Allí, arquitectos, ingenieros, paisajistas y obreros se toman el trabajo como “oportunidades para el aprendizaje y la cooperación”. Más allá de diseñar (la mayoría de las veces no hay tiempo para dibujar planos), se responsabilizan de la construcción de los proyectos. Pertenecen a una red social que reúne en España a 50 colectivos con una ideología dispuesta a poner los medios para llegar a ver un cambio en las ciudades.
Con edificios como el de Arbúcies, el Alg-a-lab en Barrocas (Vigo) (107,70 euros/ m2, frente a los 700 euros/m2 de media en las viviendas de protección oficial), o el Niu, envuelto en ramas para el Centro de Arte Contemporáneo Bòlit, en Girona (308,35 euros/m2), lo que hacen es cada vez más visible. Y por eso resulta más inquietante saber de qué viven. “De la docencia, de pequeñas partidas de cultura, de trabajos profesionales… Cada colectivo explota una o varias opciones”, explica Santiago Cirugeda, de Recetas Urbanas.
Otro arquitecto, David Juárez Latimer-Knowles, de Straddle3, añade que asumieron pronto que debían acostumbrase “a vivir con poco, y que eso nos daba margen para combinar trabajos de arquitectura con otras acciones que nos interesan personal o colectivamente, aunque nos dejasen bien poco en el plato”. Juárez reconoce que ha sido duro, “pero que al final la relación compleja entre trabajos y remuneración se va enredando y enriqueciendo cada vez más”. También Cirugeda admite que “se gana poco dinero. Siempre estamos buscando recursos y a menudo compartimos los proyectos que nos ofrecen para repartir presupuestos y, por supuesto, responsabilidad, autoría y cervecitas”.
Cervecitas. La sintonía y el buen rollo es tan fundamental como la ideología para que funcione un colectivo. Hace 15 años, Cirugeda inició en Sevilla su batalla por cambiar las ciudades. Estudió la normativa y averiguó la manera de aprovechar los vacíos legales para que otro tipo de arquitectura pudiera levantar la cabeza. Existían precedentes. Corrían los últimos años sesenta cuando el arquitecto inglés Cedric Price -de cuyas ideas bebieron Rogers y Piano para levantar el Pompidou- sustituyó los planos por el montaje in situ. Y reconoció que el usuario debía participar en la arquitectura de manera creativa. Sin embargo, nunca se había llegado tan lejos. Ha sido Internet el medio que ha permitido correr la voz y ha acercado la experiencia, el conocimiento y las ideas de los grupos que existen sumando sus fuerzas. Lo llaman arquitectura de código abierto porque no cobra derechos de autor.
Así, participación frente a autoría individual es una de las señas de identidad de los trabajos de estos grupos que bucean en un oasis al margen de las reglas habituales de la arquitectura y abandonan el campo tradicional de la profesión para explorar terrenos desconocidos de su oficio. “En lugar de buscar clientes, el arquitecto debe buscar situaciones donde existan urgencias sociales”, explica el proyectista José María Galán Conde. También Paula V. Álvarez, que ha publicado el libro Camiones, contenedores, colectivos (www.edicionesvibok.net), un “archivo aprovechable por todos”, señala que no pretende tanto documentar los trabajos como ponerlos al alcance de cualquiera “como manual de arquitecturas de código abierto”.
Ese libro es importante. Retrata el proceso mediante el cual de un grano se pasa a un racimo. Y explica cómo el racimo se conecta. Fue Santiago Cirugeda quien, tras una conferencia en Zaragoza, supo que desmantelaban el asentamiento de una población gitana (realojada en viviendas de protección oficial). Iban a llevar al desguace 42 módulos prefabricados. El arquitecto inició las gestiones para ofrecer a asociaciones culturales alguno de los contenedores. El libro explica en qué se transformaron esos módulos (a veces con más de una vida) e ilustra cómo fue un proceso a la altura de los ideales hippies de los setenta, pero más cercano a las necesidades de las personas que a las salas de los museos.
Policarbonato reciclado de una feria de muestras, ramas de los bosques cercanos, contenedores cedidos… Straddle3 levantó su Park-a-Part íntegramente a partir de reciclaje de materiales de desecho. Un vecino, Fran Casadesús, cedió temporalmente el suelo. El primer verano funcionó como local de fiestas. En invierno es un almacén, pero cuando regresa el buen tiempo pasa a ser lugar de trabajo.
Cada vez hay más historias similares repartidas por otras provincias. Y por otros países. Fue un plan de empleo municipal lo que convirtió una veintena de solares de Zaragoza en parques, huertos y canchas deportivas en menos de dos años. Los arquitectos Patrizia di Monte e Ignacio Grávalos, de Estonoesunsolar, presentaron el proyecto. Se trataba de cambiar la cara de los terrenos vallados aprovechando la obligación legal de los propietarios de mantenerlos aseados. Con el dinero de su limpieza y el compromiso de ceder una ocupación transitoria, un grupo de 50 desempleados capitaneados por Patrizia los convertirían en zonas de ocio. La arquitecta se tornó empresaria. Contrataba a trabajadores, organizaba charlas con los vecinos, supervisaba las obras y diseñaba “sin planos” -especifica mientras visitamos el parque de San José, pensado para que enfermos de Alzheimer convivan con niños de una guardería vecina.
En 2009 inauguraron en el casco histórico una decena de parques por un millón de euros (700.000 euros, para los sueldos de los 50 trabajadores, antes en el paro). El año pasado manejaron casi el doble de dinero: 1.840.000 euros para levantar espacios públicos en el resto de Zaragoza. A principios de marzo, el alcalde, Juan Alberto Belloch, inauguró la playa-parque Vadorrey, junto al río Ebro.
Los proyectos se reciclan en nuevos edificios. Pero no todo ha sido una fiesta. En el verano de 2009, un acto vandálico quemó Künstainer, levantado en Tarragona por el colectivo Caldodecultivo. Llevaba meses cerrado por falta de permiso para iniciar su actividad. “Si hubiera estado en funcionamiento, no lo habrían incendiado”, se lamenta el arquitecto Unai Reglero. Sin embargo, y a pesar de tantos problemas, la arquitectura colectiva se expande.
Cirugeda está convencido de que el futuro está en la cooperación internacional: “Aunque necesita más cuidado que la local, ya que hay muchas suspicacias en algunos de los países”. Él reconoce que la distancia obliga a cuidar la comunicación digital. Es cierto que tanto Recetas Urbanas como Straddle3 han levantado centros culturales en Saltillo (México) y que con los colectivos Todo por la Praxis, La Creactiva y Club de Alterne han inaugurado canchas deportivas en Bogotá, pero ¿creen posible poder hacer lo mismo que en España en países con grupos de poder (oficial y no oficial) con tradición, digamos, poco democrática? “Colaboramos en procesos ya activos, donde los protagonistas son los grupos locales”, responde. “Es cierto que los agentes son más complejos e incluso usan herramientas -que no podemos citar- que pueden hacer peligrar nuestra integridad física, pero creo que allí está el futuro: hoy somos 50 colectivos en España. Y hay 11 en Latinoamérica.
Hacer accesible la vivienda era el compromiso de los arquitectos de la modernidad. Recuperar espacios para los ciudadanos parece el objetivo de los colectivos de arquitectos. El centenar de proyectos desarrollados desde vacíos legales y huecos urbanos no es solo un comentario crítico. Son espacios públicos en uso. A estos grupos no les interesa ni estar al margen del sistema ni ser cómplices del mismo. Se preguntan si con su trabajo es posible confrontar el sistema desde dentro. Demuestran que se puede protestar sin destrozar. Y que la pataleta puede convertirse en una oportunidad para que nuevos proyectistas aprendan a construir de otra manera y las ciudades ganen espacio público para los ciudadanos. El deseo es poner remedio a lo que no funciona, y la voluntad, volver a pensar la arquitectura desde la vida cotidiana y las necesidades reales de los ciudadanos.
Anatxu Zabalbeasco
Publicado en: El País Semanal
Más información:
www.colectivosenlared.org www.arquitecturascolectivas.net

Docencia e investigación en la «sociedad del conocimiento». Una aproximación crítica

Autor: Jose A. Zamora
Extraído de: www.espaienblanc.net/IMG/pdf/Docencia_e_investigacion_en_la_sociedad.pdf

Extracto de ideas interesantes para la Intro de la mesa redonda.

El concepto de formación se desentiende de la trasformación de la totalidad social
según criterios racionales y coloca en su lugar al individuo singular convertido
en supuesto fin en sí mismo. Al mismo tiempo la sociedad se organiza según
el principio de la competitividad y del interés «racional» por el propio
beneficio, abandonando al mecanismo «invisible» del mercado la consecución
de la unidad entre lo singular y lo universal o esperando del dominio científicotécnico
de la naturaleza el progreso de la humanidad, factores a los que se unirá
el control y la conducción del Estado.
[...]
aquello que se sustrae a la formación
profesional, aquello de lo que hay que abstraer para participar en el intercambio
social como productor o consumidor, que no es exigido ni recompensado
por el mercado de trabajo, queda señalado con la marca de lo inútil, su destino
queda vinculado al «tiempo libre» o es desplazado a la marginalidad de lo genial
y lo excéntrico.
[...]
Formar es sobre todo
ofrecer una cualificación para el mercado de trabajo.
[...]
[Sobre Bolonya] Evidentemente casi nadie está en
contra de ciertos objetivos como la equivalencia de los títulos o la unificación de
los ciclos de enseñanza, la comparabilidad del rendimiento exigido a los alumnos
o el establecimiento de criterios y métodos iguales de evaluación y de garantía
de calidad, la elevación de las oportunidades de empleo de los titulados, etc., por
mucho que sea dudoso que esto vaya a aumentar decisivamente la movilidad de
docentes y alumnos universitarios o evite que la heterogeneidad siga existiendo
debajo de la nomenclatura unificada. El problema surge más bien de que los
mencionados objetivos se utilizan para imponer una agenda oculta.
[...]
El mantenimiento por parte de la Comisión Europea (CE) de un doble objetivo
(la reducción del gasto público y la exigencia de mayor gasto en educación)
sólo es posible si se recurre, como propone la propia CE, al mecenazgo
privado, a la utilización comercial de los resultados de la investigación y al
aumento de la «contribución» de los estudiantes.
[...]
Lo que se exige a las universidades es que diversifiquen y amplíen sus fuentes
de financiación y, para ello, adquieran un perfil que las haga atractivas para
esas fuentes y, por tanto, más competitivas. En segundo lugar, se les pide que
adopten una estructura organizativa según un modelo empresarial (new public
management).
[...]
El «yo empresario» se define por la creatividad, la flexibilidad,
la responsabilidad individual, la conciencia del riesgo y la orientación al intercambio
comercial en todas las áreas de la vida y no sólo en la laboral. La
competitividad somete al «yo empresario» al dictado de una permanente optimización
de sí mismo, por más que ningún esfuerzo en este sentido sea capaz de
desterrar el miedo al fracaso que atrapa su alma.
 [...]
El valor de la
formación inicial así como la formación permanente en forma de incontables
certificados de cualificación, cursos, seminarios, master, etc. nada tiene que ver
con una garantía de acceso a un status seguro y privilegiado, más bien posee una
función selectiva. No es seguro que aporten gran cosa, pero resultan necesarias
para evitar la exclusión. Lo cual tiene un efecto devastador: supone el triunfo de
la ideología economicista neoliberal en el plano de la automercantilización de
los individuos, que han de estar dispuestos a relativizar su rasgos personales o
incluso a no formar ninguna personalidad en el sentido clásico para adaptarse
flexiblemente a las condiciones rápidamente cambiantes del mercado.
  [...]
Probablemente sea más ajustado a la realidad hablar de una
acelerada industrialización del saber que de una sustitución de la sociedad industrial
por la sociedad del conocimiento. Sobre todo cuando se pretende convertir
a las universidades y los centros de investigación en empresas dirigidas
por gestores del saber, cuya rentabilidad debe ser continuamente evaluada sobre
la base de inputs y outputs según parámetros empresariales
  [...]

Prologo: El combante del pensamiento


He puesto en negrita las ideas interesantes para la Intro de la mesa redonda

Hemos llegado a la cuestión del Combate del pensamiento forzados por la propia realidad. El Combate del pensamiento no es el título sugerente de una revista en busca de temas de actualidad. No es así en absoluto. El combate del pensamiento dice antes que nada la situación a la que estamos abocados. Un mundo en crisis es, sobre todo, un mundo que no se deja pensar. El miedo y la urgencia nos instalan en una situación de amenaza de la que sólo los expertos nos pueden salvar. La crisis, ya sea económica, bélica o ambiental, parece exigir poner en manos de otros las soluciones a nuestras vidas vulnerables y precarizadas. Frente a esta lógica expropiadora, que nos reduce a espectadores de nuestra propia impotencia, proponemos la necesidad de conquistar espacios de pensamiento como condición para empezar a tomar el mundo en nuestras manos.
En este sentido, el combate del pensamiento es también una necesidad. La necesidad de intervenir en la batalla en la que se decide quién y cómo construye la realidad. Se trata de una intervención práctica en la que realmente nos va la vida. La globalización neoliberal – la movilización global - ha sido el modo victorioso de construcción de la realidad. La verdad del mundo, la verdad que organiza el mundo, es la verdad del capital. El combate del pensamiento se inicia con una crítica a esta verdad triunfadora lo que requiere imponer el problema del pensamiento. Imponer el problema del pensamiento no es otra cosa que aprehender el pensamiento mismo como problema. No se trata de un juego de palabras.
Todos sabemos que hoy el pensamiento está asediado y desactivado. Las estrategias de desactivación no existen en el aire sino que funcionan concretamente en la escuela, la universidad, la empresa y los mass media. En la escuela se formatean cada vez más las mentes de los niños para adaptarlos a las necesidades del mercado. Pedagogos y psicólogos rivalizan en vaciar la enseñanza de contenidos (históricos, sociales…) y reducirla a puro formalismo: aprender a aprender. En la universidad, la privatización y la mercantilización determinan las materias impartidas y la investigación misma. Ya no se forma sino que se capacita, se invierte en recursos humanos. Por lo demás, el pensamiento crítico ha sido banalizado mediante su reducción a una pretendida “investigación” que debe constantemente ser evaluada. Escribir un libro ya no es lo importante. Lo importante es publicar en revistas de impacto, por lo general anglosajonas, y bastante ajenas a todo lo que sea precisamente pensamiento crítico. En los medios de comunicación, no hace falta insistir mucho, hace tiempo que las figuras del experto y del “opinólogo” han vaciado de interés el periodismo. La noticia express, la información de consumo rápido saturan y paralizan la posibilidad de informarse de un modo crítico y reflexivo.
En definitiva, con la desactivación del pensamiento se nos expropia de los saberes que nos vinculan al mundo y a su transformación colectiva, porque la gestión actual del conocimiento es un modo refinado de control (y de aprovechamiento) de la información, la opinión y la innovación colectivas. El resultado es que las ideas funcionan exclusivamente para el capital, y un hecho de enormes consecuencias para la intervención crítica: la generalización de la obviedad se impone como el manto que protege la realidad. La realidad se hace obvia en la medida que se presenta como única e insuperable. Por esa razón, el combate del pensamiento es el combate por pensar la realidad más allá de ella misma, en última instancia, por pensar el mundo. Pensar el mundo no es la condición para transformarlo, sino ya el inicio de su transformación. Hay que invertir la frase de Marx en sus tesis sobre Feuerbach cuando afirmaba que los filósofos siempre se han dedicado a pensar el mundo y que había llegado la hora de transformarlo. Ahora es más que nunca el momento de pensarlo.
Pero no defendemos un pensamiento abstracto y esencialista protegido en su torre de marfil, sino un pensar situado. Pensar es antes que nada pensar la interrupción del movilismo que se confunde con nuestra vida, y que reproduce esta realidad. Pensar es interrumpir, desplazar, sabotear… Romper las premisas de lo que nos impide pensar. Pensar es imponer nosotros mismos las preguntas, y hacerlo desde nuestra verdad. Pensar es agujerear la realidad. Y, sin embargo, este programa para el pensamiento que lo acoge en su esencial problematicidad, no es fácil. Es como si de pronto las metáforas que lo dicen todo se hubieran hecho insuficientes. Pensar significa contestar a la pregunta ¿cuál es tu combate? De acuerdo. Pero ¿cómo? ¿Con quién? ¿Dónde? El nuevo escenario de estado de guerra que se inició con el 11-S de 2001 y que tiñó de oscuridad la “maravillosa” globalización neoliberal; la crisis, es decir, el estallido repetido de burbujas inmobiliarias, financieras, etc… esos incendios de capital ficticio necesarios para que el desbocamiento del capital prosiga su marcha, sufragado por los que menos tienen… todo eso y mucho más que aún está por venir, convierte en verdaderamente difícil proponer el pensamiento como una intervención política.
La historia de Espai en blanc puede servirnos para ilustrar esta dificultad. Espai en blanc se presentó públicamente el día 13 de diciembre de 2002 en una casa okupada del barrio de Gràcia de Barcelona, con una fiesta en la que se dieron cita más de 300 personas. Su objetivo era hacer de nuevo apasionante el pensamiento. A tal fin, insertados en el movimiento de okupación, del No a la guerra, contra el Fórum de las Culturas BCN 2004… intentamos constituirnos como un momento de reflexión teórica que acompañara el activismo en el que estamos metidos. Este momento de reflexión autónoma adquiría todo su sentido, y se justificaba a sí mismo, en la medida que era útil para los diferentes movimientos. Creemos que así fue en diferentes ocasiones. Por ejemplo, las “Jornadas sobre el Estado-guerra” permitieron abrir un debate vivo y amplísimo, ya que dichas jornadas estuvieron atravesadas por toda la potencia que teníamos en aquel momento, cuando supimos reintroducir el gesto de la okupación en el discurso contra la guerra; o el informe “Barcelona 2004: el fascismo postmoderno” que tuvo una gran incidencia incluso en los medios oficiales de comunicación (TV3, Catalunya Radio, etc).
Sin embargo, poco a poco empezaron a aparecer diversos signos que parecían abrir un nuevo escenario: el movimiento antiglobalización se institucionalizaba y entraba en reflujo en casi todos los países, las normativas cívicas reconquistaban para el poder las calles de las ciudades, la crisis se profundizaba y no pasaba nada. Es más, las consignas que deseaban articular una resistencia - la más conocidas era “la crisis que la paguen los ricos”- se mostraban impotentes, ya que ellas mismas formaban parte de la obviedad que habría que destruir. Este nuevo escenario, aquí simplemente esbozado a partir de una fenomenología muy parcial, nos abocó, como Espai en Blanc, a tener que repensar nuestros propios objetivos e incluso nuestra propia existencia. ¿Qué sentido tiene querer producir conceptos para la lucha, hacer de nuevo apasionante el pensamiento, si estamos cada vez más solos y aislados? Esta soledad la hemos vivido bajo la forma de un dilema concreto: convertirnos en un grupo de gestión cultural que las instituciones oficiales solicitan o encerrarnos en un grupo de reflexión marginal. Quizás este dilema, reflejo del impasse político en el que estamos y que nos obliga a repensar la idea misma de intervención política, sea demasiado simple. Con él sólo queremos decir que la posición que defendíamos “estar dentro pero al margen” (fuera sólo existen la muerte, la locura o la cárcel), es cada vez más difícil de sostener.
A pesar de todo, la realidad a veces da sorpresas también agradables y han empezado a surgir grietas inesperadas por las que respirar. Cuando la realidad se mostraba más prepotente que nunca en su tautología, de pronto han empezado a proliferar las universidades libres, los espacios de formación con voluntad de abrir nuevas vías fuera de la mercantilización. Es así como súbitamente la cuestión del aprender ha pasado a un primer plano. “Aprender” se propone como el verbo que dice tanto un proceso de crítica como el acontecimiento de la liberación. Aprender y nosotros añadimos: hablar y experimentar, como momentos diferentes del pensar. Por todo ello no dudamos en afirmar que el combate del pensamiento ha dejado de ser una propuesta particular para convertirse hoy en algo que por suerte va mucho más allá de nuestros deseos.
El combate del pensamiento es un proceso real que, si bien con dificultades, con dudas, avanza. Desde Espai en Blanc solamente queremos estar en él y extenderlo con todas nuestras fuerzas. Sabemos, evidentemente, que la misma idea de combate del pensamiento encierra una multiplicidad: el combate como acontecimiento del pensar, el combate por lo impensable, el combate contra la mentira y la institución del pensamiento… Sabemos que determinar esa multiplicidad de sentidos forma parte del mismo combate, pero con todo sospechamos que existe un núcleo esencial. Ese núcleo esencial podría denominarse: la liberación de las ideas. El combate del pensamiento sería entonces la lucha por liberar las ideas de su sujeción al poder, a la realidad. Si es así, bien podríamos concluir afirmando, paradójicamente, que la esencia del combate del pensamiento no forma parte del pensamiento. Porque una idea libre es siempre una idea que sea ha hecho fuerza material. Detrás de una idea liberada hay siempre un nosotros que toma la palabra.

Espai en blanc

dilluns, 28 de març del 2011

Arquitectura i Crisi

L'actual crisi és en bona part deguda a una mala gestió dels recursos que el capitalisme ha emprat normalment per a enriquir-se. Un d'aquests, ha estat des d'antic, la construcció.

Durant aquests dos anys de crisi s'ha parlat i analitzat l'anomenada “bombolla immobiliària” i el perill de l'especulació. Tant entitats financeres, com governs, com grans grups immobiliaris i constructores han estat des del principi el blanc de totes les crítiques, però algú ha parlat del paper de l'arquitecte en tot això? Hem canviat la manera de percebre la professió? S'ha qüestionat si l'ensenyament a les facultats és l'adequat? És viable seguir com si no hagués passat res? Fins a quin punt en són responsables com a arquitectes? I tu , estàs preparada per posar en crisi tot allò que has après?


Uneix-te al debat que es proposa, el proper dia 5 d'abril a les 16:30h a l'ETSAB - UPC (Escola Tècnica Superior d'Arquitectura de Barcelona) emmarcat a les activitats de la SdD'11. 


Obrim el debat!

"He aquí un ejemplo elocuente de la manera cómo la burguesía resuelve en la práctica la cuestión de la vivienda. Todos estos focos de epidemia, esos agujeros y sótanos inmundos, en los cuales el modo de producción capitalista encierra a nuestros obreros noche tras noche, no son liquidados, sino solamente... desplazados. La misma necesidad económica que los había hecho nacer en un lugar los reproduce más allá; y mientras exista el modo de producción capitalista, será absurdo querer resolver aisladamente la cuestión de la vivienda o cualquier otra cuestión social que afecte la suerte del obrero. La solución reside únicamente en la abolición del modo de producción capitalista, en la apropiación por la clase obrera misma de todos los medios de subsistencia y de trabajo."

F. Engels 1888: Contribución al problema de la vivienda


Blanco ha explicado la línea de trabajo que el Ministerio se propone explorar como es la internacionalización y búsqueda de demanda de viviendas en el exterior. Con este fin, se realizará una ronda de reuniones y visitas a los principales países que están en mejor disposición de invertir en inmuebles en nuestro país, para explicar las garantías jurídicas de nuestro sistema y transmitir las reformas legislativas que se van a introducir para incrementar, aún más, la seguridad jurídica del sector.

web del ministeri de Foment 19 de gener del 2011

dimarts, 15 de març del 2011

Entrevista a Horacio Capel

1. Urbanismo y antiurbanismo en la ciudad contemporánea Equipo bifurcaciones (eb): En la planificación urbana actual ha ido adquiriendo cada vez mayor protagonismo una herramienta que quizás se ha utilizado desde siempre, pero que hoy posee una racionalidad y una fuerza nuevas: hablamos del marketing urbano, utilizado para atraer personas y recursos, y para promocionar y vender las ciudades. Nos gustaría saber cuál es su opinión sobre este fenómeno, uno de cuyos casos paradigmáticos es precisamente Barcelona.

Horacio Capel (HC): Creo que todo está bien si se hace bien. El que haya gobiernos que quieran promocionar su ciudad y hacerla visible a escala mundial, no me parece mal, pero todo depende de cómo se haga. En Barcelona, efectivamente creo que se logró un éxito en este sentido; la manera en que Barcelona se ha situado en el contexto mundial, la imagen que hoy se tiene de ella, tienen que ver con decisiones que fueron acertadas: la gestión de los juegos olímpicos, la gestión de problemas urbanos que se inicia en los años ochenta, el trabajo realizado por un gobierno socialista con apoyo comunista durante varios años, son cosas muy positivas.

Pero también hay otras cosas que se pueden criticar: yo mismo he publicado un libro ahora, El modelo de Barcelona. Un examen crítico 1, donde cuestiono algunos aspectos de ese modelo. Por ejemplo, creo que hay que hacer el urbanismo de manera diferente, no tanto desde los técnicos y urbanistas, sino con mucha más participación de la población, de los ciudadanos. Hay que tener más capacidad de diálogo. Creo que la obsesión de la modernidad no debe llevar a destruir las señas de identidad, como pasó por ejemplo con el Pueblo Nuevo en Barcelona, donde la obsesión por crear un área nueva productiva en las nuevas tecnologías ha llevado a arrasar un tejido industrial que tenía interés. El empecinarse en que los técnicos –arquitectos e ingenieros- y políticos siempre tienen la razón me parece negativo, lo que debe llevarnos a pensar en nuevas formas de hacer el urbanismo.

Marcha
Inmigrantes
Barcelona Marcha. Fuente.
500.000 personas se dan cita el 16 de marzo en Barcelona para marchar contra la globalización
Inmigrantes en la ciudad multicultural

e.b. Esto es interesante, porque uno de los elementos que más destacan los promotores de este “nuevo urbanismo” es que ellos han dejado atrás la arrogancia de los viejos planificadores urbanos, que con un plumón sobre el papel dibujaban y organizaban las ciudades como si fueran semidioses. ¿No constituye este voluntarismo y ausencia de participación que Ud. señala el mismo pecado de la planificación racionalista?

H.C. Efectivamente: durante los años ochenta hubo un debate contra el planeamiento, contra el plan, y se postulaba que la idea que los planes generales de renovación urbana, tan ambiciosos, no tenían sentido, y que había que poner énfasis en los hechos concretos y en la gestión. Pero eso también se cuestiona hoy: ¿cómo vamos a gestionar parcelas concretas de la ciudad, si no sabemos hacia dónde queremos ir?

El tema de la participación, por otra parte, es muy hablado, pero no se traduce en participación efectiva; por el contrario, hay mucha desconfianza frente a los movimientos vecinales. En España, por ejemplo, fue la presión vecinal la que permitió que muchas ciudades se modificaran, pero cuando llegaron las elecciones políticas se dijo que ya no había que negociar con asociaciones que no eran tan representativas como los políticos electos. Hay políticos y técnicos que se niegan a escuchar una crítica, lo que es asombroso. Todo eso puede llevar a actitudes arrogantes por parte del poder, y yo creo que los ciudadanos debemos enfrentarnos. Los gobiernos tienen que gobernar, porque para eso han sido elegidos, pero deben también negociar, deben escuchar reclamaciones que muchas veces son sensatas.

Por ejemplo, en el Pueblo Nuevo están empecinados en destruir un tejido industrial del siglo XIX, que tiene un interés arquitectónico muy grande, e industrias que están todavía actuando, y pequeños talleres. No puede ser que se haga una ciudad igual a todas las norteamericanas, y que se destruya un tejido importante de la identidad.



PER CONTINUAR LLEGINT:   http://www.bifurcaciones.cl/003/Capel.htm